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desde Cumaná

domingo, 28 de febrero de 2010

Notas al hilo de los dias

NOTAS AL HILO DE LOS DÍAS

La crítica pública
La crítica pública es, por encima de todas las cosas, un acto de libertad y no puede estar sometida a condicionamientos, a cortapisas.
¿Qué sería una crítica pública condicionada? ¿No sería, acaso, un sinsentido que poco y nada ayudaría a nuestra Revolución?
Uno no puede sino estar de acuerdo con aquel lúcido planteamiento del mexicano Daniel Cosío Villegas: hacer pública de verdad la vida pública del país. Sin crítica pública, sin discusión abierta, sería poco menos que imposible.
Hacer pública de verdad la vida pública: en Revolución no hay otro camino. Todo está necesariamente en discusión y en todos los espacios. No hay temas tabú.
Escuchemos a Rosa Luxemburgo: Sólo la vida sin obstáculos, efervescente, lleva a miles de formas nuevas e improvisaciones, saca a la luz la fuerza creadora, corrige por su cuenta todos los intentos equivocados.
Hay que seguir peleando por un ejercicio colectivo de la crítica que está más allá de las adjetivaciones al uso: la crítica no es ni constructiva ni destructiva. Destruye y construye al mismo tiempo. Problematiza y debe problematizar a fondo.
Gramsci: gobernantes y gobernados
Al releer Notas sobre Maquiavelo, la política y el Estado moderno de Antonio Gramsci (publicadas por primera vez en 1949), me encuentro con unas preguntas de una extraordinaria pertinencia política y que son de la mayor importancia para la Revolución Bolivariana de cara al presente y, por supuesto, al porvenir:
¿Se quiere que existan siempre gobernados y gobernantes, o por el contrario, se desean crear las condiciones bajo las cuales desaparezca la necesidad de la existencia de esta división?, o sea, ¿Se parte de la premisa de la perpetua división del género humano o se cree que tal vez tal división es solo un hecho histórico, que responde a determinadas condiciones?
Más allá de su admiración por Lenin, cuánto se aleja Gramsci, al hacer estas preguntas, del leninismo y de su devenir histórico. El “socialismo real” y, por supuesto, el modelo leninista de partido, no hicieron otra cosa que perpetuar la existencia de esta división.
Recuerdo aquella constatación de Michel Foucault: ¡Somos todos unos gobernados¡ Y, por eso mismo, queremos dejar de serlo en realidad y en verdad.
Vuelvo a Gramsci y a la utopía concreta que podemos trazar a partir de sus palabras: crear las condiciones para que desaparezca la división entre gobernantes y gobernados, esto es, entenderla como un hecho histórico que puede y debe ser superado.
Utopía concreta, ciertamente, en la que se encarna una nueva concepción del poder. Y en la que se juega el porvenir de la Revolución Bolivariana.
Una viejísima conseja
La viejísima conseja stalinista de no darle armas al enemigo sólo ha servido para neutralizar o silenciar el disentimiento, la denuncia, la crítica.
No darle armas al enemigo equivale a posponer indefinidamente la discusión necesaria.
No darle armas al enemigo es, en el fondo, promover una suerte de estupidización colectiva.
No darle armas al enemigo no es otra cosa que un chantaje, el más vil de los chantajes, del que se sirve la contrarrevolución que llevamos por dentro para jodernos.
Memorias del subdesarrollo y el cine venezolano
Vuelvo a ver esa extraordinaria película cubana llamada Memorias del subdesarrollo (1968) de Tomás Gutiérrez Alea: una obra maestra que no hace sino renovarse con el tiempo. Formalmente impecable sin dejar de ser un documento político de una enorme riqueza.
Y no dejo de pensar en el cine venezolano: en su incapacidad de ver el nuevo tiempo histórico; de verlo, por supuesto, en toda su complejidad, esto es, tanto en su grandeza como en sus conflictos y contradicciones. En su incapacidad para crear un personaje tan memorable como el Sergio de Memorias del subdesarrollo. En su incapacidad, en fin, para crear una nueva mirada desde la Revolución.
Sobre los saltos de talanquera
Desde 1999, los saltos de talanquera han estado, lamentablemente, a la orden del día. El tiempo transcurrido suscita varias interrogantes:
Por qué la preservación de la “unidad” implica, en no pocas ocasiones, pagar un precio tan alto en términos revolucionarios. Por qué permitimos que la así llamada real politik le allane el camino a la traición y a los traidores. Por qué no hay forma de impedir que ciertos personajes terminen recibiendo el voto popular y el aval de la Revolución Bolivariana. Hasta cuándo vamos seguir bailando al son que nos toque el más burdo pragmatismo.


Gonzalo Ramírez Quintero