martes, 3 de agosto de 2010
Resurrección y vida
ALBERTO ARANGUIBEL B.
El propósito fundamental de toda religión es infundir temor entre los fieles para dominarles y hacerles incondicionales mediante dogmas y postulados que institucionalizan ideas y convicciones determinadas hasta convertirlas en doctrina.
La resurrección de Cristo no es, en lo absoluto, por mucho que la iglesia insista en lo contrario, el hecho físico de la regeneración del cuerpo después de la muerte, sino el despertar de la fe en su prédica religiosa entre el pueblo judío, una vez que se descubre su desaparición y los especuladores utilizan el hecho como argumento para inducir al arrepentimiento por su crucifixión.
No fue Cristo, en persona, quien despertó, sino el temor de quienes días antes lo condenaban a muerte, lo que sin lugar a dudas fue el origen verdadero de la llamada fe en Dios y de la glorificación que el pueblo cristiano le ha profesado a través de los siglos.
Exactamente la misma gloria que acaba de experimentar el pueblo venezolano con la exhumación de los restos mortales del Padre de la Patria; un hombre excepcional fallecido hace ciento ochenta años como cualquier otro, pero que renace a la vida eterna con la grandeza de su genio imperecedero a través de un acto patriótico de extraordinaria significación para los pueblos de Venezuela y del mundo, y que conmueve hasta la última fibra del sentimiento nacionalista y libertario de cada mujer y de cada hombre en nuestro suelo, infinitamente muy por encima de la perversidad y el encono de los pronunciamientos apátridas contra ese acto.
Así, tal como renació Jesús de entre los muertos hace dos mil años, Bolívar renace hoy entre el irreductible pueblo revolucionario venezolano, aferrado como nunca antes al ideario de justicia y de igualdad que inspiró desde siempre al Padre de la Patria y por el cual entregará incluso su vida hasta conquistar su verdadera y definitiva independencia.