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desde Cumaná

jueves, 11 de marzo de 2010

Homenaje

POESÍA Y POLÍTICA: EL EJEMPLO DE GUSTAVO PEREIRA

I
En el punto de partida, quiero decir que estas palabras quieren ser un homenaje a Gustavo Pereira quien el domingo pasado, 7 de marzo, cumplió 70 años. No homenaje como ceremonia edificante y domesticadora sino como ejercicio de admiración, reconocimiento y gratitud: un presente para el poeta, el compañero del alma y el amigo. (Valga la aclaratoria: lo que viene a continuación es una versión sintética de un trabajo más largo. La hice para reafirmar la ejemplaridad de la poesía de Gustavo Pereira.)
II
Desde siempre, soy un lector consecuente y fervoroso de la poesía de Gustavo Pereira. Necesario es hacer memoria: tengo que recordar el hallazgo fortuito, hace tanto tiempo, de un libro llamado En plena estación (1966) –fue en la vieja sede de la librería Historia, contando siempre con la complicidad y el afecto de Don Jonás Castellanos- al que le siguieron casi inmediatamente la antología Sumario de somaris (1980) y Poesía de qué (1970). Desde aquellas primeras lecturas, la certeza del hallazgo de una voz: una de esas voces que nos acompañan toda la vida. Una voz que sacude, interpela y conmueve; que nunca nos deja indiferentes. Una voz plena de verdad testimonial pero distante, muy distante, de la retórica del testimonio: esa retórica que, en incontables ocasiones, ha sido y es una capitulación poética; una estéril coartada del conformismo creador que le ha prestado un flaco servicio tanto a la poesía como a la revolución. Una voz ganada por la utopía concreta, por la posibilidad cierta, de la palabra solidaria, de la palabra comunitaria pero que, al mismo tiempo, sabe que la verdad es personal (René Char).
III
Una voz insisto. Una voz que no le temía ni le teme al compromiso, a la radicalidad, a la indignación, a la protesta, a la denuncia, a la rebeldía. Una voz que contradecía y sigue contradiciendo las lecciones de aquellos viejos maestros para los que la historia significaba trampas, error, horror: una voz que nos invitaba a la desobediencia, al no conformismo. Una voz histórica y políticamente situada pero que no se simplifica ni se enajena ideológicamente: una voz que encarna una ética. No es una ética al modo de quien pretende imponernos las tablas de la ley: es una ética para iluminar el combate. Una ética sin sanción, sin premio ni castigo, es decir, un acto de libertad. Una ética que parte de una poderosa convicción: el mundo puede y debe ser humanizado por la poesía. Estamos, entonces, ante una ética combatiente, una ética, y una estética, de la resistencia que se sintetiza admirablemente en estos dos versos:
Mientras haya amos
No habrá poesía.
IV
Sería un error desdeñar la dimensión intrínsecamente formal de la poesía: ello podría limitar los alcances de la nueva sensibilidad que está irrumpiendo y hacer que se codifique rápidamente. En este preciso sentido, la pelea textual es decisiva. Digo esto porque los posibles peligros han de advertirse y combatirse temprano: allí donde asome el dogma, hay que estar prestos a la batalla. No basta que en el poema entre nuestra realidad histórica, social, política, sin más: el cómo expresarla es un problema fundamental a resolver y las soluciones programáticas –tenemos suficiente experiencia histórica para saberlo- no sirven para nada. Y, por eso mismo, quiero compartir una certeza con el lector: muchas voces jóvenes que se han liberado de la prohibición pseudoestética de no hablar de ciertos temas, una verdadera camisa de fuerza, han evitado caer en el error de subvalorar el trabajo formal. Allí veo yo la huella de la poesía de Gustavo Pereira.
V
Recuerdo siempre una lúcida observación de José Emilio Pacheco en un ensayo sobre la poesía de Efraín Huerta: Pacheco decía –al referirse al tabú con respecto a la poesía política- que si se hiciera una antología de los cien peores poemas de nuestra lengua seguramente estos serían poemas de amor y no por eso a nadie se le ocurriría condenar a la poesía amorosa. Es verdad que son muchos los ejemplos francamente deleznables en materia de poesía política. Pero la falla, en este caso específico, no está en la temática: la falla está en quienes no logran convertirla en palabra.
VI
La inspiración política es tan válida como cualquier otra pero su validez tiene que verificarse en el terreno expresivo. En este punto, la lección de Gustavo Pereira es permanente. Leamos y releamos este poema de Los cuatro horizontes del cielo en el que la protesta se convierte en palabra viva, en expresión intransferible de una subjetividad:
Y este país
que amo con rabia
y desprecio hasta adentro
Este país vasallo sediento y sin embargo apagado
Este país que carece del más elemental sentido de su
interior
Este país detrás de las pequeñas iluminaciones detrás
de los mitos que envuelve
También conforme a que lo pisen o lo degüellen
Este país que no tiene un punto fijo sino los cuatro
horizontes del cielo
para perderse o salvarse¡

Gonzalo Ramírez Quintero