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desde Cumaná

jueves, 22 de julio de 2010


Mariátegui, la religión y el mito en América Latina


Cecilia N. Valdés Ponciano
Rebelión




En su obra Crítica a la filosofía del derecho de Hegel, Marx afirma: «La religión es el suspiro de la criatura oprimida, el corazón de un mundo sin corazón, así como el espíritu de una situación carente de espíritu. Es el opio del pueblo».

Una definición más completa la ofreció Engels en su obra Antidüring, al decir que «…La religión no es otra cosa que el reflejo fantástico que proyectan en la cabeza de los hombres aquellas fuerzas externas que gobiernan su vida diaria, un reflejo en el que las fuerzas terrenales revisten la forma de poderes supraterrenales […] que se enfrentan al hombre y que al principio son para él tan extraños e inexplicables como las fuerzas de la Naturaleza y que al igual que estas, le dominan con la misma aparente necesidad natural».

Sin embargo, Mariátegui afirma:

«Sabemos que una revolución es siempre religiosa. La palabra religión tiene un nuevo valor, un nuevo sentido. Sirve para algo más que para designar un rito o una iglesia. Poco importa que los soviets escriban en sus affiches de propaganda que “la religión es el opio de los pueblos”, el comunismo es esencialmente religioso».

Y es que pudo ver que la fe en lo sobrenatural no presupone siempre la enajenación, que no es condición para que el hombre se enajene de los resultados de su pensamiento y quede limitada su iniciativa histórica como ser social. Mariátegui pudo percibir como en el caso de Latinoamérica el mito y la religión han tenido un rol terrenal y de alto contenido práctico y humano. La historia le dio la razón. De esa raíz brotaron, en una nueva etapa; la actual, movimientos sociales y de masas influidos por ideas religiosas, tal es el caso de la Teología de la Liberación.

Es que las raíces históricas de la religión en América difieren del contexto que condiciona su aparición y desarrollo en Europa y en otras partes del mundo, refiriéndose al tema Mariátegui dice:

«Los rasgos fundamentales de la religión incaica son su colectivismo teocrático y su materialismo. Estos rasgos la diferencian, sustancialmente, de la religión indostana, tan espiritualista en su esencia […]. La religión del quechua era un código moral antes que una concepción metafísica […]. El Estado y la Iglesia se identificaban absolutamente; la religión y la política reconocían los mismos principios y la misma autoridad. Lo religioso se resolvía en lo social».

Y continúa diciendo:

«Identificada con el régimen social y político, la religión incaica no pudo sobrevivir al Estado Incaico. Tenía fines temporales más que fines espirituales. Se preocupaba del reino de la tierra antes que del reino del cielo. Constituía una disciplina social antes que una disciplina individual».

La cultura precolombina, poseedora de una concepción del mundo que le otorgaba un lugar privilegiado al hombre fue esencialmente humanista, y en tal sentido desalienadora, portadora de un humanismo diferente al que traían los conquistadores europeos.

En sus mitos y leyendas aparece el hombre como ser perfectible y autoeducable. Resaltan valores morales como el amor al trabajo, a la familia y a la comunidad, a la sabiduría, la valentía, el desinterés, el respeto a lo ajeno y a las tradiciones. El mito y la religión tuvieron, y tienen, un papel fundamental en el desarrollo de la cultura en los pueblos de nuestra América, en la formación de su idiosincrasia y de sus valores éticos.

Los creadores del marxismo tuvieron la visión del fin cercano del capitalismo y la inminencia de la construcción de la sociedad socialista, lo que les condujo a pensar que una vez desmontadas las viejas estructuras sociales, debían cesar las causas materiales clasistas que dieron origen a la religión y por tanto el fin de la misma estaba cerca, pero al decir del Amauta:

«…El socialismo, conforme a las conclusiones del materialismo histórico –que conviene no confundir con el materialismo filosófico-, considera las formas eclesiásticas y doctrinas religiosas, peculiares e inherentes al régimen económico-social que las sostiene y produce. Y se preocupa por tanto, de cambiar este y no aquellas. La mera agitación anticlerical es estimada por el socialismo como un diversivo liberal burgués…».

Mariátegui sostiene un análisis que implica el enriquecimiento de la teoría marxista leninista, la continuidad y a la vez la ruptura creativa, al percibir que las ideas religiosas estarían en la mente de los pueblos más tiempo del que creyeron los clásicos del marxismo. Es por ello que desde su realidad latinoamericana expresó la presencia del gran arraigo de las formas místicas en el Perú, así como de una elaboración teológica revolucionaria de gran riqueza y cualitativamente diferente a la europea.

«…el concepto de religión ha crecido en extensión y profundidad. No reduce ya a la religión a una iglesia y a un rico. Y reconoce a las instituciones y sentimientos religiosos una significación muy diversa de la que ingenuamente le atribuían, con radicalismo incandescente, gente que identificaba religiosidad y “oscurantismo”».

Resaltó la importancia de comprender, con el estudio de la cultura del pueblo quechua, que los razonamientos estrechos dejaban fuera de lugar toda posibilidad real de entender la fuerza del simbolismo y la religión en la mente del indígena.

Estudió el mito como el elemento decisivo en el despertar de estos pueblos, en la medida en que los nuevos mitos revolucionarios y sociales ocuparían en la conciencia de los hombres el lugar de los mitos religiosos.

«El pensamiento racionalista del siglo diecinueve pretendía resolver la religión en la filosofía. Más realista, el pragmatismo ha sabido reconocer al sentimiento religioso el lugar del cual la filosofía ochocentista se imaginaba vanidosamente desalojarlo. Y, como lo anunciaba Sorel, la experiencia histórica de los últimos lustros ha comprobado que los actuales mitos revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos».

Se opuso a las posturas sectarias, y buscó la unidad en la compatibilidad de criterios en torno a las principales tareas políticas a favor de la construcción de la nueva sociedad. En una época en la que religión y socialismo eran términos que se oponían totalmente en el marxismo imperante, se atrevió a enlazarlos en tanto formas de conciencia social que, en el contexto de Nuestra América, actúan como pares dialécticos, en unidad y lucha de contrarios que se contraponen y se presuponen mutuamente.