domingo, 13 de marzo de 2011
EL JINETE DEL HAMBRE CABALGA SOBRE EL MUNDO Luis Britto Garcia
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En coloquio con los intelectuales en la Feria Internacional del Libro de La Habana Fidel advirtió sobre la grave de la crisis de alimentos en curso y solicitó a los presentes sugerencias sobre su solución.
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No exagera el Comandante. Gracias a desastres climáticos posiblemente desatados por la emisión de gases de invernadero, la ola de calor del 2003 en Europa redujo en un tercio su producción de granos. Rusia, tercer exportador de trigo del mundo, por causas parecidas clausuró en 2010 sus exportaciones y Canadá adoptó política similar. Todos los pronósticos señalan que el calentamiento global y las perturbaciones climáticas tenderán a aumentar su influencia nefasta, pero no son el único factor de la escasez mundial de alimentos.
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El capitalismo no puede resolver esta situación: es él quien la crea. Sus industrias y vehículos contribuyen a desencadenar los desastres climáticos. El capitalista no cultiva para satisfacer el hambre, sino para obtener ganancias. Dedica parte importante de los sembradíos a la industria textil, piensos de ganado y agrocombustibles. Las transnacionales han efectuado masivas compras de tierras en el Tercer Mundo, que dedican al monocultivo de cosechas para exportación y no para alimento de los nacionales. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) admitió en 2004 que las políticas neoliberales, el libre mercado y los ajustes dictados por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y la Organización Mundial del Comercio imposibilitan que los países aseguren el derecho humano a la alimentación (“La hambruna nace del modelo económico”; www.patrialibre.org 24-6-2008).
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El capital se concentra en un número cada vez menor de manos: los alimentos también. Una docena de transnacionales y 36 filiales interconectadas dominan su producción y mercadeo mundial. Integran el cartel Anglo-Holandés-Suizo: doce de ellas están asociadas al cartel de Windsor, de la casa reinante inglesa; las demás en su mayoría están vinculadas a otras cinco casas reales. Apenas dos, Continental y Cargill, controlan más de la mitad de la producción de granos global. Este colosal oligopolio domina el 95% de la producción alimenticia de Estados Unidos, Europa, los países del Commonwealth y Latinoamérica, especialmente Argentina y Brasil, y de sus cosechas dependen cinco mil millones de personas. En el resto del mundo ha deprimido la producción de alimentos incoando la eliminación de políticas proteccionistas y subsidios, la suspensión de financiamientos y grandes proyectos agrícolas, el dumping y el dominio sobre semillas y fertilizantes (Jerónimo Guerra: “La escasez y el desabastecimiento como armas de destrucción masiva”; Rebelión, 24-02-2008).
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Antes del colapso de 2008, la economía especulativa superaba unas ochenta veces la producción real de bienes. Lo mismo comienza a suceder con los alimentos. Según cifras de la FAO, ya para 2007 el precio internacional del maíz aumentó un 31 %, el arroz un 74 %, los aceites vegetales 60 %, los productos lácteos 83 %, un 87% la soja y el trigo 130% (http://ipsnews.net/news.asp?idnews=42294). Katia Monteagudo nos informa que según la organización mundial GRAIN el circulante especulativo sobre los alimentos subió de $ 5.000 millones en 2.000 a $175.000 millones en 2007; que entre agosto y septiembre de 2010 en la bolsa de Chicago el trigo escaló su precio del 60 al 80% con respeto a julio; que según Hilda Ochoa-Brillembourg, presidenta del Strategic Investment Group, los asesores de inversiones del Banco Mundial calculan que desde 2008 la demanda especulativa de futuros de productos agrícolas ha crecido entre el 40 y el 80 por ciento (“Sacarle dinero al hambre”; Boletín del Entorno, 10-3-2011). La especulación sumada a la escasez se traduce en dramáticas alzas de precios. Para septiembre de 2011 el bushel de maíz estaba en $466,3; para marzo de 2011 ha alcanzado los $788. El trigo en el mismo lapso salta de $2.794 el bushel a $3.675; el azúcar, de $5.616 el bushel a $7.437 (Belén Carreño: http://www.publico.es/dinero/364865/el-hambre-de-ganancias-infla-el-precio-de-la-comida). Detrás de las conmociones en Europa y el mundo árabe están críticas escaseces y alzas en el precio de la comida.
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¿Estamos libres de esta crisis en América Latina? Por el contrario, nuestra condición de economías dependientes hace que sintamos multiplicados los efectos de las perturbaciones globales. Examinemos sólo a título ejemplificativo algunos países latinoamericanos tradicionalmente considerados como fuertes productores y exportadores de alimentos. México comenzó a perder esa condición a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio, que permitió que su agricultura fuera destruida por la competencia de las cosechas subsidiadas de Estados Unidos. Unos cuatro millones de campesinos perdieron sus tierras y debieron migrar a las ciudades; para 1995 el gobierno declaró cinco “zonas de hambre”. El Banco de México informa que en 2007 ese país pagó $ 5 mil millones de dólares más que en 2005 para la importación de 127 rubros de alimentos básicos e insumos agrícolas, un incremento del 62%; y que dos tercios de los incrementos se reflejaron en cinco productos básicos: maíz, trigo, soya, leche en polvo y semillas (Laura Carlsen: “Behind Latin America’s Food Crisis; America´s Program; 19-5-2008). Hacia 1989 otro país de tradición agrícola, Colombia, producía el 90% por ciento de los alimentos que consumía; dos décadas más tarde por causas políticas y sociales importa más del 90% por ciento del maíz, 57% del arroz y 44% de los fríjoles, y su producción cafetalera está en la ruina. A pesar de que el país no ha sancionado un Tratado de Libre Comercio con EEUU, éstos le venden productos agrícolas por $1.500 millones, el 38% de los $4.000 que venden anualmente a América Latina (“La hambruna nace del modelo económico” www.patrialibre.org 24-6-08). Uno de los países con mayor producción agropecuaria es Brasil, cuya agricultura rinde el 8% de su enorme PIB, cubre las necesidades internas y da empleo a la cuarta parte de su fuerza de trabajo, situándolo como el primer productor mundial de caña de azúcar y café y gran exportador de soya, tabaco, chocolate, naranjas y madera. Esta enorme ampliación de la producción de alimentos se ha hecho sin embargo a costas de la deforestación y devastación de enormes extensiones de selva, de bosque tropical y de “cerrado” que podría a la larga comprometer el suministro de agua, y mediante la incontrolada extensión de latifundios, a veces de propiedad trasnacional, que ha dejado en la condición de “sin tierras” o de pobreza a millones de brasileños, de los cuales unos 46 millones han sido declarados en situación de “inseguridad alimentaria”. Brasil ha incrementado sus emisiones de gases de invernadero en un 41% entre 1990 y 2005. Por estar situado en la zona ecuatorial, es y será en el futuro uno de los países más afectados por el calentamiento global, el cual afectará la producción de alimentos. Argentina, otro de los grandes productores agrícolas, fue afectado entre 2008 y 2009 por la peor sequía en cien años. Asimismo, entre 2010 y 2011 imprevisibles sequías e inundaciones devastan la agricultura de Colombia y Venezuela. Según informes del Banco Mundial, la producción agrícola total podría disminuir entre un 3 por ciento y 15 por ciento debido al cambio climático global hacia fines del siglo XXI, y algunos estudios afirman esas cifras podrían ser mucho peores en las regiones agrícolas de la zona ecuatorial de América Latina (http://solveclimate.com/news/20090306/climate-change-could-devastate-latin-americas-agriculture).
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Situaciones de emergencia requieren medidas extremas e inmediatas. Para comenzar a remediar la situación, movimientos y gobiernos progresistas debemos frenar la devastación de las zonas verdes y humedales del planeta; vetar todas las iniciativas de privatización de las aguas o de los sistemas para su distribución; limitar la emisión de gases de invernadero; colocar bajo control social aguas y tierras cultivables; prohibir las compras masivas de tierras por transnacionales o potencias extranjeras, ejecutar radicales reformas agrarias; declarar de interés público y proteger la producción de alimentos; limitar el cultivo de agrocombustibles, textiles o vegetales para consumo del ganado y favorecer el de especies para alimentación humana directa; sujetar la importación o exportación de tales bienes al interés público; controlar rigurosamente los transgénicos y penalizar drásticamente la especulación con tierras o con productos alimenticios.
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De poco servirán sin embargo tales medidas mientras se las intente dentro del modo de producción capitalista, que funda la acumulación para pocos sobre la miseria de todos. Todavía otros elementos señalan la urgencia de construir un nuevo modo de producción. Estudios dignos de todo crèdito señalan que ya ha sido rebasado el pico máximo de explotaciòn de los hidrocarburos, y que ahora en adelante los rendimientos de su explotaciòn seràn decrecientes. Algunos càlculos señalan que hacia el año 2050 estarà por agotarse el petróleo. Otras càlculos alargan esta expectativa; pero el sobreconsumo podrìa acortarla. Algo más durará el carbón, combustible todavía más contaminante, pero que igualmente se consumirá. Con ellos, se apagará el modelo de civilización en el que vivimos. Existen medios técnicos para sobrevivir a esta catástrofe, pero no la organización social y económica que permita aplicarlos. En vez de crearla, los países más desarrollados se dedican al pillaje de hidrocarburos. Quienes los tenemos, debemos organizarnos para perdurar.
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Ninguna gran potencia maneja planes coherentes para sobrevivir en un mundo sin hidrocarburos. Mientras su progresivo agotamiento empobrezca al mundo, Venezuela y algunos otros paìses dispondrán durante pocas décadas de mayores entradas por su venta, si las guerras imperiales no se los arrebatan. Para defender ese ingreso, del cual dependen nuestro presente y futuro, hay que frenar y revertir las concesiones a las transnacionales y las asociaciones con ellas, y aplicar el principio de que las distintas empresas nacionales, entre ellas PDVSA, serán siempre accionistas mayoritarios de sus filiales. Nuestro deber es utilizar estas entradas para crear lo que el resto del planeta ni intenta ni podrá hacer: un modelo alternativo que no dependa del derroche de hidrocarburos, que conserve en lo esencial las ventajas más decisivas del actual estilo de civilización; que sustituya quema de hidrocarburos por energía hidroeléctrica, eólica y solar y uso energético del petróleo por multiplicación de sus derivados tales como plásticos, fertilizantes, medicinas; y mantenga una reserva propia destinada al uso interno en las más extremas contingencias.
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Ningún país hegemónico desarrolla estrategias de largo plazo para la preservación del medio ambiente. Nosotros, los paìses con gobiernos progresistas, los paìses con recursos energèticos y naturales, debemos detener los intentos de privatización de las aguas y otros recursos naturales, parar la devastación de nuestra Amazonia conjuntamente con los demás países que comparten la región; desalojar de manera absoluta la minería con mercurio y otras técnicas contaminantes; extender nuestras reservas y parques naturales y defender inflexiblemente su integridad; detener y revertir la salinización de los grandes reservorios de agua, entre ellos el Lago de Maracaibo, y frenar la contaminación de los ríos; reforestar con especies autóctonas los bosques devastados; recuperar nuestras escasas tierras cultivables actualmente confiscadas por latifundios improductivos o sepultadas bajo costras de galpones, habilitar para la agricultura con tratamientos y cultivos especiales las infértiles tierras de los llanos y sembrar en ellas la base de nuestra autonomía alimentaria.
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Ninguna gran potencia despliega planes coherentes para remediar la extrema desigualdad que desgarra al mundo entre siete países derrochadores y doscientos necesitados, y que asigna a doscientos capitalistas más riqueza que a la mitad de la población mundial. Antes de que esos dos centenares de acaparadores monopolicen el mundo, debemos garantizar el control social sobre nuestros principales medios de producción, y orientarlos hacia la creación de bienes básicos para satisfacer las necesidades de las grandes mayorías. Ello implica el paso del derroche de energía fósil hacia el uso de fuentes alternativas; del consumismo al reciclaje, de la climatización que destruye el ozono al manejo arquitectónico de las corrientes de aire, del transporte individual al colectivo; de la concentración urbana hacia la repoblación agraria; de la movilización de mercancías a la de información.
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Ningún país hegemónico ha encontrado forma de acortar la distancia cada vez mayor entre Estado, partidos políticos y pueblo. Debemos evitar la confiscación del Estado por clases políticas y económicas y convertirlo en el brazo soberano de los movimientos sociales: toda dirigencia ha de ser postulada y elegida por las bases, servirlas y rendir cuentas ante ellas. La gerencia de los Estados de los paìses progresistas, de los Estados de los paìses con recursos naturales, de todos los Estados, debe estar orientada por programas hacia metas y objetivos precisos y evaluada en función de su cumplimiento. El Estado ha de ser integralmente informatizado para evitar el retraso y la multiplicación de trámites inútiles. Su insensata proliferación de entes federales y descentralizados ha de ser reducida en función de la lógica. Debemos erradicar sistemas tributarios que exoneran a las transnacionales y al capital financiero y se desquitan cargando a los ciudadanos impuestos recesivos como el IVA y el débito bancario, para sustituirlo por una tributación progresiva que peche proporcionalmente al monto de ingresos. Es imprescindible que eliminemos de una vez, por anulación o por pago, la esclavitud de la Deuda Pública, con la cual no existe soberanía. En la medida en que la riqueza de los paìses favorecidos con recursos naturales resultará progresivamente más codiciable, debemos reformular su doctrina militar definiendo con claridad nuestro enemigo, atribuyendo papel en la defensa a cada ciudadano, democratizando cada vez más el ejército, fabricando nuestros armamentos y diversificando su compra; contrayendo alianzas estratégicas regionales y multipolares que eviten la confiscación de la energía fósil por una sola potencia.
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Ante la inminencia del fin de un modelo civilizatorio basado en la destrucción de recursos, el pillaje y la acumulación, ningún país hegemónico intenta crear una cultura de la renovación, la cooperación y la igualdad. En Venezuela y en otros paìses debemos intentarlo mediante la extensión de las oportunidades educativas gratuitas a toda la población, la incorporación de los medios audiovisuales e informàticos como instrumentos de enseñanza, la adaptación del currículo académico a las necesidades reales del país, su énfasis en las técnicas de aprender a aprender y en la investigación, la automática e infinita disponibilidad del conocimiento como patrimonio colectivo, la conversión de cada ciudadano en un científico y de cada científico en artista. Debemos crear una sociedad del conocimiento, fundada en la información, el bien màs precioso y el màs democratizable en virtud de su infinita replicabilidad y divulgación por medios informàticos.
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Sólo tendremos una oportunidad para llegar a este modelo si conjuramos la triple crisis energètica, ambiental y alimenticia que amenaza a la humanidad. A tal fin, hay que iniciar una doble accion, ante los organismos internacionales para imponer tratados y normativas que frenen la destrucción planetaria, el derroche de recursos y la especulación con alimentos asì como la producción de biocombustibles, y dentro de cada paìs para adoptar normativas conservacionistas, penar y evitar la especulaciones con alimentos, frenar la dilapidación y destrucción de recursos y aplicar drásticamente dichas normas al mismo tiempo que se crea una conciencia conservacionista entre los ciudadanos. Los intelectuales podemos colaborar con esta campaña por la supervivencia del mundo difundiendo en lo posible la gravedad de la situación que amenaza a la Humanidad, y recomendando las medidas indispensables para conjurarla. El jinete del Hambre cabalga sobre el mundo, y sólo si lo detenemos podremos evitar que tras él irrumpan la Peste, la Guerra y la Muerte.
PD: En la próxima Feria Internacional del Libro de Venezuela serán presentados mis libros El Imperio Contracultural: del rock a la postmodernidad; La máscara del poder; La lengua de la demagogia, y Abrapalabra.
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