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desde Cumaná

martes, 8 de marzo de 2011



Voy a seguir ejerciendo” Por Soledad Vallejos

“Si alguien me pide una misa o una confesión, lo voy a seguir haciendo”, dijo ayer el sacerdote Nicolás Alessio, a quien la Iglesia cordobesa echó de sus filas porque, al declararse públicamente a favor del matrimonio igualitario, cometió “rechazo pertinaz de la doctrina”. El alejamiento obligatorio de Alessio del ministerio público sobrevino tras un juicio canónico iniciado por el arzobispo provincial Carlos Ñáñez en julio del año pasado, a poco días de que fuera sancionada la ley. La sentencia establece, puntualmente, que Alessio tiene prohibido “ejercer en público la potestad sagrada”, que implica celebrar misas y cualquier otro sacramento católico, recibir confesiones y dar la comunión. Con la decisión, “la Iglesia sigue siendo coherente con la actitud que tuvo el año pasado”, señaló Alessio en conversación con Página/12: “Es antidemocrática, autoritaria y se opone a todos los que piensen distinto”. Por ello, aun cuando no busque seguir perteneciendo a la institución, asegura que continuará ejerciendo como sacerdote.

La pena impuesta, que refiere como “censura”, sólo ratifica “lo que ellos pensaban: que el matrimonio igualitario es una aberración, que los homosexuales son enfermos peligrosos a quienes hay que tenerles lástima pero no reconocerles derechos”. Mientras que la institución sigue sin amonestar a “sacerdotes pederastas” como el obispo Edgardo Storni o el cura Julio César Grassi, a él se lo castiga por “pensar distinto”. “De esta manera, la jerarquía ratifica lo que piensa, y además busca disciplinar a otros que puedan pensar diferente.” El sacerdote, de 53 años, también fue conminado a abandonar la casa parroquial en la que vivió los últimos 27 años.

–Cuando plantea que su expulsión tiene el objetivo de disciplinar, ¿indica que hay otras voces disonantes dentro de la institución?
–Acá en Córdoba fuimos un grupo de sacerdotes que apoyamos el matrimonio igualitario, por ejemplo. Pero en el resto del país también hay. Y además hay fieles cristianos y religiosas que lo apoyaron y lo apoyan. Pero con esta medida quieren imponer el miedo. Quieren dejar claro que el que piensa distinto y se anima a decirlo se vuelve un blanco para que se haga un juicio y se lo censure.

–El arzobispo Ñáñez le había impedido celebrar el ministerio en su parroquia ya a mediados del año pasado, cuando comenzó el juicio.
–Esa era una medida cautelar mientras se sustanciaba el juicio. Ahora que el juicio termina, se dicta esta sentencia y la cautelar se vuelve definitiva. Se me prohíbe el ejercicio del ministerio en cualquier lugar público. Obviamente que no me interesa, yo me he corrido del estado clerical. No quiero ser cómplice de esta estructura. Pero por otro lado, una señora me ha pedido que dé una misa en su barrio en estos días. Lo voy a hacer, porque no reconozco la legitimidad de la prohibición. Mi ministerio es del pueblo de Dios, no de los obispos. Si alguien me pide que lo confiese, si me piden por un enfermo que necesita la unción de los enfermos, no tendré prurito en administrar estos sacramentos, porque el ministerio es un don para la gente y no algo que controlen los obispos.

–¿Estos meses transcurrieron así?
–Sí, tratando de no crear demasiada tensión en la comunidad parroquial, por eso en las misas de fin de semana me corrí y dejé que el sacerdote interventor siguiera. Pero no me he apartado de la comunidad.

–¿Cómo será su vida en adelante? ¿Cómo sobrevivirá?
–Mi trabajo era éste. Y tengo un trabajo por lo menos dos años más, como asesor en la Cámara de Diputados, en el bloque del partido de Luis Juez. Asesoro en temas de educación a la diputada Susana Mazzarella, que todavía tiene dos años de mandato. De acá a dos años, tendré que buscar otro trabajo, porque la verdad es que uno queda así, en la calle.

–¿Le resultó sencillo empezar a trabajar en el mundo político?
–No, pero he tenido una trayectoria de muchos años de compromiso con los más pobres, con los movimientos piqueteros, con las fábricas recuperadas. Mi militancia social tiene una larga trayectoria.

–¿Ninguna de esas cosas le había generado roces con la jerarquía eclesiástica?
–No. Sí hemos tenido diferencias, sobre todo con el cardenal (Raúl) Primatesta. Pero jamás había pasado algo como este absurdo por pensar distinto. Esto del arzobispo Ñáñez es un despropósito, no tiene sentido. Solamente una institución terriblemente autoritaria puede llevar adelante este proceso.